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Cuerdos entre locos

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Cuerdos entre locos

David Rosenhan, psicólogo estadounidense, realizó en la década de los 70 un estudio para comprobar la validez del diagnóstico psiquiátrico. Llegó a la conclusión de que es imposible distinguir a los cuerdos de los enfermos mentales en hospitales psiquiátricos. Se propuso examinar hasta qué punto los psiquiatras eran capaces de diferenciarlos.

¿Se puede diferenciar un cuerdo de un loco en un hospital psiquiátrico?

La primera parte de su estudio consistió en reclutar a ocho personas mentalmente sanas (incluido él mismo). El grupo estaba formado por tres psicólogos; un estudiante de postgrado; un pediatra; un psiquiatra; además de un pintor y una ama de casa. Solamente debían presentarse en el hospital y decir algo como: “Oigo una voz que me dice zas”. Se escogió esta queja en concreto porque en toda la bibliografía psiquiátrica no se encuentra ni una sola referencia a pacientes que oyeran voces tipo cómic.

hospital psiquiátrico

En cuanto al resto de las preguntas, los ocho falsos pacientes debían contestar con total sinceridad. Salvo en lo referente a nombre y profesión, no se debía fingir ningún otro síntoma. Una vez ingresados, si los admitían, debían declarar inmediatamente que habían dejado de oír la voz y que se encontraban bien. Antes del ingreso, los participantes recibieron una lección de cómo debían proceder con la medicación. No debían ingerir las pastillas, sino esconderlas bajo la lengua.

Algunos de los hospitales escogidos tenían muy buena imagen; otros eran cuchitriles estatales. En sus informes, Rosenhan, no explicó qué pasaba tras las puertas de admisión. Sólo sabemos que cada falso paciente decía que la voz era del mismo sexo que él. Asimismo, indicaba que le molestaba relativamente y que había acudido allí por consejo de un amigo que había oído decir que “ese hospital era bueno”.

El ingreso en el hospital

Todos los participantes del estudio fueron ingresados con diagnóstico de esquizofrenia pese a no presentar síntomas. Cooperaban en todo: recibieron terapia (cuando hablaban de sus alegrías, satisfacciones y decepciones de la vida normal -recordemos que no fingieron nada más que el síntoma de ingreso-, todos comprobaron que su pasado era interpretado en coherencia con el diagnostico); obedecían todas las ordenes; ayudaban a otros pacientes a lidiar con sus problemas; y además tomaban notas de todo lo que ocurría alrededor. Esto último fue considerado por los médicos como un síntoma más del diagnóstico.

Los participantes del estudio describieron su estancia en los hospitales como una experiencia de despersonalización e impotencia. Sus diarios reflejaron, por un lado, que el tiempo medio que les dedicaba cada día el personal médico no superaba una media de siete minutos; y, por otro, que, si bien el personal médico no los detecto, otros pacientes cuestionaron su condición de enfermos.

El abandono del hospital

Los ingresos duraron una media de 19 días; la estancia más larga fue de cincuenta y dos días y la más breve de siete. Finalmente, a todos se les dio el alta por remisión temporal de los síntomas.Esto quiere decir que  no llegaron a detectar que eran personas sanas; si no que su estado actual de salud era solo un paréntesis pasajero de una enfermedad que nunca remitiría. Se les dio el alta cuando los pacientes “aceptaron su diagnóstico”.

¿Y después?

Después de que se publicara el estudio, en 1972, Rosenhan realizó otro estudio comparativo. En este caso, avisó a un hospital de que, a lo largo de los tres meses siguientes, un paciente falso intentaría que lo admitieran. De las 193 admisiones realizadas, se sospechó que ochenta y cinco podían ser falsos pacientes. Ninguno de ellos lo era.

¿Qué pasaría si realizáramos en mismo estudio ahora?

¿Y ahora? Con los actuales sistemas de diagnóstico, casi 50 años de investigación, el desarrollo científico y médico… ¿podría repetirse este estudio con éxito? ¿Seríamos capaces de detectar a estos pseudopacientes?

Lauren Slater, doctora en Psicología por la Universidad de Boston, decidió intentar replicar este estudio tal y como lo hicieron Rosenhan y sus cómplices. Acudió a ocho hospitales diferentes, donde fue atendida y evaluada. En ningún momento la propusieron ingresar.

psicofármacos

Sin embargo, casi todas las veces fue diagnosticada de depresión con características psicóticas, aunque ella sabía perfectamente que no estaba deprimida. Le recetaron un total de veinticinco antipsicóticos y sesenta antidepresivos. A pesar de ser atendida con gran amabilidad, ninguna visita duró más de doce minutos y medio. En contraposición, en la mayoría de los hospitales la espera fue de dos horas y media.

Nadie le preguntó sobre sus antecedentes culturales (salvo la religión que profesaba), ni si la voz que escuchaba era de su mismo sexo. Nadie le hizo un examen completo del estado mental en que se encontraba. El pulso, en cambio, fue tomado en todas las visitas.

La psiquiatría en la actualidad

Slater explica que, claramente, era la medicación la que influía en las decisiones, y no al revés. En la época de Rosenhan, lo que determinaba la enfermedad mental era el esquema psicoanalítico preexistente. En la actualidad, es el esquema farmacológico preexistente. Al igual que en el experimento de Rosenhan, Slater refiere que el diagnóstico no se fundamenta en la persona, si no en lo que vemos de ellas.

En la actualidad, el afán de recetar orienta el diagnóstico de la misma forma que en tiempos de Rosenhan lo encasillaba el afán de etiquetar todo patológicamente. Parece ser una moda pasajera: en 1970 la esquizofrenia estaba de moda como ahora lo está la depresión o el trastorno por déficit de atención. Podríamos decir que la incidencia de determinados diagnósticos puede aumentar o disminuir según la percepción del público.

Parece ser, que no somos capaces de diferenciar entre personas mentalmente enfermas y sanas. El experimento de Rosenhan explora la forma en que siempre vemos el mundo según el color del cristal con que lo miramos. Demostró que, incluso, una conducta normal es susceptible de ser interpretada como el síntoma de un trastorno psiquiátrico. Es el contexto el que informa de todo: cualquiera que parezca un paciente, sufre una patología.

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