
Las personas hacen lo que se les ordena
En los años que siguieron a la II Guerra Mundial dos temas planearon sobre las ciencias sociales en Estados Unidos: la conformidad y a obediencia. ¿Por qué tantos alemanes se avinieron al plan nazi de exterminar a los judíos?
¿Harías algo cruel simplemente porque te lo ordenan?
¿Las personas hacen lo que se les ordena que hagan?
En su artículo de 1963, Stanley Milgram, psicólogo social, revolucionó las ideas sobre la obediencia en el ser humano. De esta forma hizo que se debatiera sobre los límites éticos de la experimentación. El artículo presentaba el resultado de un experimento que parecía sugerir que casi todas las personas son capaces de causar un daño extremo a otros si se lo ordena una figura de autoridad.
Milgram se interesó sobre todo por el estudio de la obediencia durante el juicio del criminal de guerra nazi Adolf Eichmann. La opinión generalizada en esa época sugería que los alemanes de ideología nazi poseían unos rasgos de personalidad específicos. Y por tanto, estos rasgos les hacían proclives a cometer atrocidades como el Holocausto. Sin embargo, Eichmann se defendió diciendo que “sólo cumplía órdenes”.
Milgram se propuso analizar si esto podría ser cierto. ¿Es posible que una persona normal abandone su noción del bien y del mal ante una orden?
Milgram creía que habían sido el contexto de la II Guerra Mundial y la compulsión a obedecer, y no una disposición innata de los alemanes, lo que había facilitado la crueldad nazi. Sostenía que esa conducta fue el resultado directo de la situación. Y, como consecuencia, cualquiera de nosotros podría haber hecho lo mismo en sus circunstancias. Por ello, quiso comprobar si personas normalmente amables y bondadosas podían llegar a actuar en contra de sus principios morales bajo algún tipo de autoridad. Diseñó un experimento para comprobar lo obediente que podía ser una muestra de hombres “normales” si una figura de autoridad les ordenaba aplicar descargas eléctricas a otra persona.
Obediencia a la autoridad
Los participantes fueron reclutados por medio de un anuncio en el periódico para un experimento sobre “enseñanza y aprendizaje”. Se seleccionaron 40 hombres con una amplia gama de oficios, desde ingenieros o maestros hasta carteros, obreros y vendedores. Por participar, se les pagó 4,50 dólares. Este dinero se les dio en cuanto llegaron al laboratorio y se les dijo que podían quedárselo, independientemente de lo que sucediera durante el experimento.
Se había instalado en el laboratorio un generador de descargas eléctricas simulado. Estaba equipado con treinta interruptores con incrementos de 15 voltios marcados por etiquetas en las que figuraba la intensidad. En cada uno de ellos, había una pequeña nota desde “descarga ligera” en un extremo, a “descarga de intensidad extrema”, “peligro: descarga severa” y otra marcada sencillamente con “XXX” en el otro.
Explicación del experimento
Cuando los participantes llegaban al laboratorio eran recibidos por un “científico” (para dar sensación de autoridad, vestía una bata blanca y mantenía un semblante severo o inexpresivo durante los experimentos). Éste les explicaba que el objeto del estudio era investigar los efectos del castigo sobre el aprendizaje. En cada experimento participarían dos voluntarios: por un lado, uno sería el “alumno” (en realidad, siempre era un colaborador del experimento, entrenado para hacer de víctima); y, por otro lado, el otro sería el “maestro”.
Tras ayudar al científico a atar al alumno a una silla eléctrica, el maestro escuchaba como el científico explicaba que, aunque las descargas podían ser muy dolorosas, no causaban daños permanentes. A partir de aquí, el participante debía asumir el papel de “maestro”. Tenía que leer una serie de palabras emparejadas que el alumno debía memorizar. A continuación, debía leer las palabras sueltas y el alumno tenía que recodar la pareja correspondiente e indicar la respuesta pulsando un botón. Si la respuesta era correcta, el maestro seguía haciendo preguntas; pero si el alumno se equivocaba, debía decirle la respuesta correcta, indicarle el nivel de descarga que iba a recibir y pulsar el interruptor.
¿Qué pasaba durante el experimento?
El alumno, tras cada descarga, reaccionaba. Al principio con quejas; más tarde con lloros y gritos; y a medida que aumentaba la intensidad, el alumno gritaba con más desesperación hasta que dejaba de emitir sonido alguno. D este modo, las preguntas obtenían por respuesta un silencio sepulcral, que era considerado como una respuesta incorrecta. Si el maestro protestaba y se negaba a seguir, el científico no le permitía parar. De hecho, le decía “Debe continuar, el experimento requiere que continúe, no tiene elección”. Si seguía negándose, se daba por finalizado el experimento.
De los 40 participantes, sólo 5 se negaron a continuar tras el nivel de los 300 voltios; el 65% obedeció las órdenes del científico hasta el final y aplicó descargas hasta el nivel máximo de 450 voltios.
En muchos casos, era evidente lo incómodos que se sentían los maestros durante el experimento. Muchos de ellos daban señales de gran malestar, ansiedad, tensión y nerviosismo: tartamudeaban; sudaban; temblaban; tenían ataques de risa nerviosa; y tres sufrieron ataques de ansiedad. En todos los ensayos, el maestro se detuvo y cuestionó el experimento. Algunos incluso plantearon devolver el dinero que se les había pagado.
¿Por qué algunas personas seguían dando descargas?
Al finalizar el experimento, a todos se les dio una explicación completa para que entendieran lo que había sucedido en realidad. Incluso se les permitió reunirse con el “alumno” para comprobar que no había sufrido descarga alguna.
Pero… Si los participantes se sintieron tan mal durante el experimento, ¿por qué continuaron? ¿Acaso aquellos hombres eran personas malas y desalmadas o psicópatas encubiertos? Las evidencias indican que se trataba de hombres normales.
Milgram identificó varias características del experimento que podían haber contribuido al elevado nivel de obediencia:
- El hecho de que tuviera lugar en la prestigiosa Universidad de Yale le daba credibilidad.
- Los participantes pensaban que su objetivo era avanzar en el conocimiento.
- Se les había garantizado que las descarga no eran dolorosas.
- Es posible que recibir dinero, aumentara la sensación de obligatoriedad, al igual que el hecho de haberse presentado voluntarios.
Con su experimento, Milgram demostró que, personas normalmente inofensivas, podían cometer actos crueles cuando la situación les presionaba para que lo hicieran. Sostuvo, además, que cuando una persona carece de la capacidad o la experiencia necesarias para tomar una decisión, se fijará en el grupo para decidir cómo comportarse. Milgram concluye que la obediencia a la autoridad no es una característica cultural, sino, al parecer, es un rasgo universal de la conducta humana.
Esta investigación recibió muchas críticas en su época, entre otras cosas, por mostrar una imagen aterradora de la naturaleza humana. Sin embargo, Milgram demostró que lo que determina cómo nos comportamos no es solo el tipo de persona que somos; sino que hay una fuerte influencia de la situación en la que nos encontramos.