
¿Por qué somos agresivos?
La ira es una de las emociones humanas básicas. Puede venir de dentro de nosotros, por frustración, o desencadenarse por una situación extrema. Como otras emociones, nuestro control sobre la ira es limitado: puede seguir bullendo y transformarse en agresividad hacia los demás.
¿De dónde viene la agresividad?
Las personas, a lo largo de la evolución, hemos aprendido a controlar la agresividad. Sin embargo, muchos psicólogos creen que forma parte de nuestra naturaleza. Algunos sostienen la idea de que el ser humano es egoísta y usa su agresividad para obtener poder y ventajas.
Agresividad cómo instinto
Algunos autores, como Lorenz, explican la agresividad como un instinto con función evolutiva. Éste nos ayuda a proteger a nuestra familia, nuestros recursos y nuestro territorio.
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Por su parte Freud relacionaba ese instinto con un impulso autodestructivo: una ira interna hacia nosotros mismos que reprimimos. Sin embargo, puede generar un violento estallido de agresividad hacia los demás. En la teoría del psicoanálisis de Freud se habla de que la motivación del ser humano es grande a la hora de satisfacer necesidades biológicas, como el sexo, la sed o el hambre. En el proceso puede sentirse frustrado por la naturaleza de la socialización. Esto es debido a que las fuerzas sociales presentan obstáculos a la satisfacción de las necesidades. Freud sugería que el ser humano, al igual que otros animales, reacciona a esa frustración con agresividad.
Agresividad y frustración
En esta línea, los psicólogos estadounidenses, Miller y Dollard defienden que el origen de la agresividad siempre se puede buscar en alguna forma de frustración. La frustración provoca diferentes respuestas, entre ellas la agresividad. De hecho, nos volvemos agresivos cuando se nos impide conseguir algo. Sentimos frustración de que se bloqueen nuestros esfuerzos y dirigimos la ira hacia lo que tenemos delante.
Creían que la frustración siempre lleva a la agresión. Sin embargo, refinaron su teoría planteando que la frustración conduce a la ira; y, que es ésta última, la que puede desembocar en agresión. Esto se da si la persona cuando está enfadada encuentra los elementos necesarios (por ejemplo, un arma). La frustración tiene grados. Es más probable que se termine engendrando la agresividad o bien, cuando no se espera la frustración; o cuando creemos que el responsable de la misma nos fastidia sin motivo.
Agresividad como impulso
Otros autores, como Berkowitz creían que la frustración no explica del todo el comportamiento agresivo. Según él, la frustración causa la ira y no agresividad. Y la ira no es más que un dolor psicológico que lleva a la agresión.
Cualquier tipo de dolor (físico o psicológico) puede provocar la agresión. No obstante, tiene que haber otro factor externo, un impulso que nos haga reaccionar agresivamente. En una investigación realizada por Berkowitz, se aplicaron descargas a la mitad de los voluntarios. A continuación, se les dio la oportunidad de administrarlas ellos a la otra mitad. Lo hicieron en una habitación donde había un arma o una raqueta de bádminton. Los que recibieron descargas dieron más a su vez; pero entre éstos lo que dieron aún más, fueron los que tenían el arma a la vista. Berkowitz afirmaba que nuestra mente asocia ciertos objetos al comportamiento agresivo, como las armas. Cuando sentimos esos impulsos en nuestro entorno, en la mente aparecen pensamientos y sentimientos agresivos capaces de desencadenar una conducta violenta o agresiva como respuesta a nuestro malestar.
Teoría del Aprendizaje Social de Bandura
Una de las investigaciones más interesantes sobre la agresión fue llevada a cabo por Albert Bandura en 1961. Este psicólogo social afirma que la forma en que mostramos nuestra agresividad es algo que aprendemos socialmente. En su célebre experimento del tentetieso, demostró que los niños imitan la conducta agresiva de los adultos. Por eso nos preocupa que las películas, la televisión y los videojuegos violentos fomenten la violencia.
Aprendemos a agredir por observación
Bandura pensaba que aprendemos una conducta por el ejemplo. Al ver cómo se comportan los demás, notamos que sus acciones siguen una pauta según las situaciones. Y suponemos que ese es el comportamiento normal para cada situación; es lo que se conoce como “normas” sociales y culturales. Recordamos cómo se comportan los demás y ensayamos esta conducta en la mente. De esta manera, cuando nos encontramos en esa situación sabemos cómo reaccionar. Esta manera de modelar la conducta, observando e imitando a otras personas, fue la idea central de lo que Bandura llamó “Teoría del Aprendizaje Social”. Los niños aprenden a comportarse de manera agresiva mediante la observación y la imitación de la conducta violenta de los adultos, sobre todo en el entorno familiar.
El experimento del tentetieso
Con su experimento del tentetieso quería explicar cómo se desarrolla la conducta agresiva, qué activa la agresión y qué determina que una persona seguirá comportándose agresivamente o no. El experimento confirmó que el niño imita la conducta del adulto que le sirve de modelo, demostrando así el poder de los ejemplos de actos agresivos sobre la sociedad. Descubrió que tanto los niños como las niñas que veían agresiones al muñeco eran mucho más propensos a comportarse de forma agresiva si se les daba la oportunidad. El nivel de agresividad aumentaba en los niños cuando veían a un adulto varón agresivo y en las niñas cuando veían a una mujer.
Para llevar a cabo el experimento se seleccionaron 36 niños y 36 niñas de tres a seis años de una guardería local y se formaron tres grupos de 24; en cada grupo debía haber 12 niños y 12 niñas. El primer grupo sirvió de control (sin modelo adulto); el segundo se expuso a la conducta agresiva de un adulto con un tentetieso hinchable, y el tercero fue expuesto a un modelo adulto pasivo. Las pruebas se hicieron a cada niño por separado, para garantizar que no se viera influido por lo que hacía el resto de sus compañeros.
En los experimentos con el segundo grupo, cada niño observaba cómo un adulto agredía, verbal y físicamente, al muñeco. Lo golpeaba con un martillo, lo lanzaba al aire, lo hacía caer y, una vez en el suelo, continuaba golpeándolo. A continuación, se dejaba al niño solo en una sala con juguetes, entre los que había un tentetieso. En todos los casos, el niño imitó gran parte de la conducta agresiva del modelo adulto e incluso ideó nuevos actos violentos. Además, en general, los niños de este grupo también se mostraron menos inhibidos que los niños de los otros grupos y más atraídos por las pistolas, a pesar de que el juego con armas de fuego no se había modelado.
En cambio, los niños del grupo de control y los del modelo pasivo sólo actuaron con violencia física o verbal en raras ocasiones. Aunque, Bandura valoró la posibilidad de que la observación de actos agresivos tan solo hubiera debilitado la inhibición de una agresividad reprimida previamente, el hecho de que imitaran con frecuencia la conducta que acababan de ver sugería la existencia del aprendizaje por observación.
Entonces… ¿ver violencia nos lleva a ser agresivos?
La investigación realizada por Bandura generó una gran polémica sobre la prevalencia de la violencia en los medios de comunicación. Si un desconocido violento puede ser un modelo para los niños, también los programas de televisión debían de ser una fuente de modelos de conductas agresivas. Los programas de televisión y las películas actuales incluyen escenas de gran violencia y que a menudo se expresa como una conducta aceptable (o, al menos, esperada), y los niños que la presencian habitualmente podrían sentirse inclinados a imitarla.
Si bien los niños pueden aprender conductas agresivas por observación, la contemplación de actos violentos no lleva, necesariamente, a cometerlos. Por lo que no se debería suponer una relación más directa y causal entre la violencia televisiva y la violencia en el mundo real.